26.9.05

6._ Dos Visiones

En este nivel humano, que se caracteriza por la aparición de la autoconciencia y el pensamiento simbólico, es lógico esperar que se tome conciencia --como hemos hecho-- del proceso creativo, con sus niveles de emergencia, y por consiguiente de la presencia y actividad inmanente del espíritu de Dios.

Sin embargo, tenemos que admitir que hemos postulado la existencia de Dios, como emergente final y definitivo, sólo como hipótesis plausible. De aquí hemos deducido la capacidad universal de evolucionar hacia Dios, el "espíritu de Dios". Claro que un pensamiento riguroso y escéptico no tiene por qué aceptar esta hipótesis.
En primer lugar, puede rechazar el concepto de niveles de emergencia como realidades ontológicas. Desde un punto de vista reduccionista, puede calificar de real sólo al nivel más básico discernible, y de "meros epifenómenos" a los niveles superiores, que quedan así limitados a una realidad "epistemológica".

Luego, aun admitiendo el proceso de emergencia, puede pensar que su desarrollo no progresa hacia un estadio superior, sino que discurre erráticamente, aleatoriamente, o cíclicamente. No tiene por qué aceptar una tendencia inmanente que venza al azar para controlar o gobernar el proceso, dándole una finalidad trascendente.
Por otra parte, como todo desarrollo creativo implica un gasto neto de energía útil, que aparece como irrecuperable, y la energía total disponible sería finita, piensa que es imposible un progreso indefinido, que se llegará finalmente al agotamiento, a la "muerte térmica" o a la disolución del universo en la nada.

Por supuesto, el conocimiento humano actual es incompleto, y todas sus hipótesis y conclusiones son discutibles y provisionales. No obstante, es una función principal e irrenunciable del pensamiento el hacer estas hipótesis científicas apoyándose en el razonamiento y en la experiencia, y no exclusivamente en intuiciones o supuestas iluminaciones.

Ya hemos afirmado que los niveles de emergencia superiores son completamente incognoscibles para la razón y la experiencia, salvo quizá como dudosas extrapolaciones. Por lo tanto, resulta por lo menos admisible el negar toda finalidad intrínseca al proceso de cambios en la Naturaleza.

Reconocemos pues una actitud que llamamos "de ida", que ve (provisionalmente) en la potencia de cambio de la Naturaleza, una característica limitada, dominada por leyes físicas y estadísticas, carente de finalidad, o que admite una finalidad ulterior sólo como hipótesis no-científica, más o menos plausible.

Sin embargo, aceptamos la otra actitud, que llamamos "de vuelta", que es la descrita anteriormente: la que cree en una Novedad Última, en un estado emergente final trascendente --o sea en Dios-- como finalidad del proceso de creación cósmico, e interpreta la capacidad creativa de la Naturaleza como el espíritu inmanente de Dios.

Además, sostenemos que ambas actitudes, aunque aparentemente opuestas e irreconciliables, son asumibles, convenientes, y mutuamente enriquecedoras, si bien nunca deben mezclarse pues esto da lugar a lamentables errores y conflictos.